Wacken es un pequeño pueblo de Alemania donde la mayoría de sus habitantes viven de la ganadería y la agricultura. El día a día de este pueblo está lleno de paz y tranquilidad: el ganadero da de comer a sus vacas y después se sienta a fumar, las viejecitas toman té y pasteles, las chicas jóvenes hacen aeróbic, el coro canta canciones tradicionales, y el rico del pueblo mira la evolución de la bolsa en la televisión. Sí, así es un día típico en Wacken. Pero una vez al año esta tranquilidad desaparece, el pueblo es invadido por 60.000 heavys vestidos de negro y con melenas grasientas que vienen a asistir al Wacken Open Air Festival, el mayor encuentro de heavy metal de Europa.
El bucólico paisaje de campos verdes con vacas pastando se transforma en un enorme camping improvisado. El horizonte sobre el que se recortaban las siluetas de las vacas, ahora está tapado por un gigantesco escenario lleno de focos potentes. El silencio de la noche de Wacken deja paso a la música atronadora. En Full Metal Village, la directora coreana afincada en Alemania, Sung-Hyung Cho, nos muestra estos dos mundos que conviven por unos días en el mismo espacio. Primero se acerca a la realidad del pueblo y sus habitantes, de hecho la mayor parte del metraje se centra en retratar a varios de los vecinos del lugar: un ganadero entrañable y con buen humor, que explica la diferencia entre una vaca y una ternera. Una abuelita muy religiosa que está convencida de que los heavys adoran a Satán y por eso hace las maletas y se va antes de que lleguen. La nieta de esta señora, una chica que quiere ser modelo y está muy preocupada por las calorías, pero que al mismo tiempo está obsesionada con la Segunda Guerra Mundial. Dice que le gustaría estar allí por una hora, pues como su abuela la vivió y le ha contado historias, ella quiere vivirlo también. A ella, sin embargo, sí le gusta el Festival, a pesar de lo que diga su abuela, pues allí puede vestirse como quiera y nadie la mira. También nos retrata al que parece ser el cacique del pueblo, un señor rico que se dedica a la ganadería, tiene acciones en la bolsa y es uno de los organizadores del Festival.
Lo vemos comiendo y discutiendo con su mujer, con la que lleva 47 años casado; después le confiesa a la directora que el truco para seguir casado tantos años es tener una amante joven. Cuando ella le pregunta que pasaría si su mujer tuviese un amante joven, él le contesta: “¿una señora de su edad con un jovencito?, ¡sería ridículo!”. Por último, nos presenta a un hombre que está arreglando su moto, él fue uno de los fundadores del Festival cuando era una cosa entre amigos y eran ellos mismos los que tocaban. Después, le explica, lo dejó cuando sus compañeros decidieron invitar a un grupo famoso, pues había que poner mucho dinero y le pareció demasiado riesgo. “Ahora los demás viven del Festival y yo me gano la vida como puedo”, dice amargamente. La última parte de la película está centrada en el Festival.
Los voluntarios, gente de todas las edades de Wacken, organizan los preparativos capitaneados por el señor cacique. Las vacas corren a ritmo de heavy metal, la gente del supermercado se abastece de cerveza, y el cura se marcha, siguiendo el ejemplo de la viejecita. Poco a poco heavys venidos de todas partes, con ganas de diversión, comienzan a invadir el pueblo. Los campos se llenan de tiendas de campaña y el supermercado se queda sin existencias de cerveza. En una de esas tiendas cuelga un gran letrero que dice “ducharse no es heavy”, toda una declaración de intenciones. Entonces tiene lugar la secuencia más surrealista de todo el film, que se abre con un plano de la banda del pueblo, ataviados con su uniforme, tocando una canción popular para dar la bienvenida a sus invitados satánicos. El contraplano de los heavys agitando las cabezas, bailando la conga y coreando el estribillo de la canción, es impagable. Un momento de unión extraña entre dos culturas contrapuestas.
Luego viene la parte de las actuaciones del Festival, con unos impresionantes planos generales que nos hacen ver la cantidad de gente que allí se reúne. Cuando todo termina, los heavys se marchan dejando los restos de su paso desperdigados por los campos. Ahora es el turno de los pobres voluntarios que comienzan a limpiar todo, dirigidos, ¿cómo no?, por el señor cacique desde su quark. Full Metal Village es un documental que se deja ver bien, tiene momentos divertidos y algunos momentos reflexivos. Una película curiosa y correcta que cuenta con un buen material humano, sin embargo, se le puede reprochar que abre muchas historias pero no profundiza en ninguna. También es criticable que el supuesto tema principal de la película, el festival de heavy metal ubicado en este pacífico lugar, no es más que un gancho para atraer al público. Ya que los heavys aparecen casi al final del film y su presencia no pasa de ser una mera anécdota. Hubiese sido más interesante introducirlos antes y centrarse en la oposición entre los dos mundos, un tema con muchas posibilidades, que sólo queda esbozado. Los verdaderos protagonistas de Full Metal Village son los habitantes de Wacken, que acaban convirtiendo al film en un amable retrato de la “Alemania profunda